NÚMERO 10

     

EL SILENCIO DE LAS CIMAS

Sonia Sbolzani

 

 

"Estoy observando la gente que pasa el domingo en los bosques o en la nieve. Coloridas ropas, pasa veloz y distraída. Y luego coches, luces, trineos a motor... La naturaleza tiene miles de ojos, el bosque es consciente de cualquier cosa extraña o fuera de lugar y se calla, se congela... Para quien sabe escuchar, oler, el bosque habla con miles de señales y llamadas: las primeras nieves tienen un olor diferente de las últimas, la tierra te dice con su perfume que está preparada para las semillas..."
(M. Rigoni Stern)

 

Al principio era sólo un fenómeno geológico, en el que la piedra emergida del mar se volvió rosa. En realidad, para los científicos de finales del siglo XVIII eran sobre todo unas espectaculares montañas de dolomía (calcio y carbonato de magnesio), para no confundirnos con las comunes calizas. El geólogo francés Dieudonne de Dolomieu tuvo la intuición de viajar a través de Bozen en el verano de 1789. El nombre original "Venetian Alps" no fue reemplazado por el nuevo hasta 1864, cuando Josiah Gilbert y George Churchill, pintor y botánico respectivamente, publicaron en Londres "Los Montes Dolomiti" - un reportaje del viaje. Descubriéndolas hoy de nuevo, no podemos evitar reflexionar y contemplar una vez más estas solitarias y enormes cimas, erguidas con sus pintorescos capiteles y vertiginosas torres, dominadas paradójicamente por un idílico silencio. Su horizonte, como en los cuadros de Leopardino, limita la vista, pero no la mente, que vuela sobre el "borde" en el "infinito espacio y sobrenatural silencio, y extremadamente profunda quietud".
Sin embargo, el silencio es un encuentro con uno mismo. Interrumpe el ruido del mundo que nos rodea, que ha perdido su esencia y ha ahogado las mentes transformando la quietud en el vacío y la negación (incluso concibiendo "el silencio de Dios", con el objetivo de no reconocer la incapacidad de la humanidad para enfrentarse a las puertas abiertas del abismo), en vez de convertir la calma en un lugar donde la nueva "palabra" puede brotar en consciencia y libertad.
De los alpinistas que han escalado una montaña es habitual decir que la han conquistado. En realidad son simples visitantes y ellos lo saben bien. Las cimas no permiten ninguna dominación pero aceptan por voluntad propia el diálogo donde las palabras son pausadas. Las montañas continuamente marcan una separación y reclaman su dimensión elevada con señales que nuestra sensibilidad está obligada a reconocer. Tolstoj fue perfectamente consciente cuando escribió: "Él de pronto veía … cándidas masas en sus delicados contornos y la bizarra y limpia línea aérea de sus cumbres contra el cielo azul. Y cuando él comprendió la distancia entre él y la montaña y el cielo, la enorme grandeza de las montañas, y cuando se dio cuenta de lo inconmensurable de su belleza le aterrorizó que la intensa emoción pudiese ser una visión, un sueño..."
En la ocasión de su estancia en los Dolomiti, en 1913 con el poeta Rainer Maria Rilke, Sigmund Freud escribió que el poeta"admiraba la belleza de la naturaleza que lo rodeaba pero no sentía alegría. El pensamiento de que toda esta belleza pudiese desaparecer al deteriorarse le inquietaba". Por otro lado, persuadido por la visión de las Tre cime di Lavaredo, Freud comprendió que la fragilidad de la belleza no implica una pérdida de su valor – lejos de ello – ¡incrementa su valor! Él declaró: "El valor de la belleza esta determinado solamente por su significado como emoción vital, no necesita sobrevivir a nuestras emociones y, además, es independiente absolutamente de su duración temporal".
Las montañas son los inervados huesos de la Tierra, una especie de tejido de conexión de Gaia, el planeta vivo, pero en constante disolución minuto a minuto. Ningún organismo es más "consciente" que nuestros Dolomiti, que con su progresivo desmoronamiento está dando testimonio del fluir del tiempo hasta el final, que será un renacimiento. Quizá.
El silencio encaja en los Dolomiti como en el desierto, que sirve a modo de alter ego de los Dolomiti. El silencio no está roto por ruidos naturales y sonidos, sino que estos interrumpen la soledad del cielo y de los raros visitantes. El gran violonchelista Mario Brunello, protagonista en los meses culturales de verano en el Trentino Alto Adige, con el original evento Suoni delle Dolomiti, declaró que "El silencio que las montañas nos pueden aportar es un vasto silencio que traga algunos sonidos. Para tocar en ella uno tiene que buscar sonidos capaces de cruzar el profundo espacio. Hay una analogía entre la belleza del grupo de los Brenta y lo que considero una música compacta".
Cualquiera que ha tenido la oportunidad de estar a gran altitud seguramente comprenda esto, como es probable que ocurra igual con las palabras del gran montañero, Walter Bonatti: "Desde que abandoné el valle no he vuelto a ver ni oír ningún ser humano, sin embargo, no me he sentido solo en absoluto. La gran montaña que estamos esforzándonos por escalar está mucho más viva. Posiblemente está más viva ahora que en el verano, y nos damos cuenta gracias a la alegría, e incluso a veces estruendo de los torrentes, las cascadas de agua, el gorjeo de los pájaros, el lejano silbido de la marmota y el zumbido de miles de insectos atraídos por la fragancia de las flores".
Ascendiendo a la cima uno continuamente descubre sabores, sonidos y colores, hasta el crepúsculo, cuando todo descansa y se funde en pura poesía lírica: "Abajo en el valle todo es noche. Donde antes parecían verse los pueblos en la distancia, ahora trémulas luces rompen aquí y allá la negra ola que se expande por las circundantes montañas, que han sido luminosas. Este es el momento más nostálgico en las montañas, constituido por la alternancia de recuerdos personales y reforzado por la ansiedad e incertidumbre del ascenso que nos espera."
Y en el estrellado silencio ahí arriba todo parece tener un significado más profundo y los más hondos pensamientos afloran, los mismos pensamientos que han hecho escribir al poeta Walt Whitman: "...aquellas cimas eran la mente de Budda, y la oración de Jesús, y el sueño de Platón, y la melodía de Dante, y esto es Kant y es Newton, y es Milton, esto es Shakespeare, y esta es la esperanza de la Madre Iglesia..."
En realidad, como en una iglesia, uno debe entrar al templo de los Dolomiti "con paso firme y ligero", declaró el escritor Mario Rigoni Stern. Y también: "Los Alpes están hechos de hielo, frío y hostil; para ser enfrentados con fuerza. Los Dolomiti son nieve, belleza, quienes lo saben y respetan están dispuestos a acatarlo".
Las montañas son esto, y todo esto pueden ofrecernos si respetuosamente continuamos considerándolo un sueño. Y a modo de conclusión, de ahí una brillante cita de Tolstoj: "Él pensó que las montañas y las nubes se mostraban exactamente iguales, y que la particular belleza de las montañas cubiertas de nieve... eran un sueño tan placentero como la música de Bach o el amor de una mujer..."
Déjanos escuchar el silencio de los Dolomiti y los veremos como nunca, con el estupor que nos hace conocedores del mundo, asegurándonos un espacio de verdad que reduce nuestra fatiga de vivir.

 
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