NÚMERO 10

     

HUMMEL-HUMMEL
o el intenso rastro del recuerdo

Guillermo Ortega Noriega, Rosi Boggiano, Huáscar Ezcurra Zoeger

 

 

Durante poco más de cincuenta años, el promotor de esta iniciativa periodística, ha anidado en su mente, el desvendar de este relato en la forma en que se da, o sea, una entrevista con los dos últimos personajes que restan del desafío existencial que le tocó vivir a un elenco de amigos en la segunda mitad del siglo pasado en la costa norte del Perú.
Don Carlos Zoeger Silva y Don Víctor Manuel Boggiano Muro, están activos mental y físicamente – y son fieles guardadores de experiencias e informaciones valiosas que sucedieron en las aguas del ancho y verde mar de Pimentel. Ciudadanos simples que solo querían coexistir con el mar de la costa norte del Perú teniendo que pagar algunas veces con momentos intensos que, felizmente, acabaron bien. Hoy no están más, físicamente, Don Guillermo Chileno Ortega Núñez, Don Miguel Boggiano y Don Eugenio Cuchi Quiñones y el “Compaíto”. En este relato se les da la bienvenida y este mensaje de amistad y solidaridad estará presente en quien lea este texto.

Guillermo Ortega Noriega: ¿Por qué le colocó a su embarcación ese nombre en idioma alemán, y si es que la definición  según su ausente compadre Guillermo Chileno Ortega, es correcta, estaría usted, burlonamente, ridiculizando la condición humana, inclusive la de todos aquellos que subiesen alguna vez a bordo de la Hummel-Hummel?
Carlos Zoeger Silva: Bien, en la época yo tendría unos 29 años y por mantener el espíritu siempre jovial, siendo fluente en alemán, sabía que los buques alemanes que pudieran llegar al puerto dondequiera que la bolichera se encontrase se reirían del nombre.

Rosi Boggiano: ¿Y por qué se reirían al leer el nombre?
CZS: Allá por los años de 1700, no existían pozos sépticos, más o menos, todos los días, antes del despuntar del sol, salía por las calles de Hamburgo, un hombre alto y fornido  cargando un madero que descansaba en las espaldas y el pescuezo con dos baldes enormes, uno en cada extremo. Después de gritar con voz ensordecedora varias veces: “HUMMEL-HUMMEL”, las ventanas de las casas se abrían rápidamente y sus ocupantes, después de gritar: “MORS-MORS”, como quien dice, “Si, aquí tenemos”, se aproximaban, apresuradamente, cargando otros tantos baldes menores llenos para transferir su contenido en los que el bronco teutónico colector  ya cargaba:   Heces acumuladas en una noche de invierno o de verano de ciudadanos y ciudadanas de todo tipo y procedencia, residentes o de pasaje, por el ya antiguo puerto alemán de aquellos días.

GON: Don Víctor Manuel, ¿Recuerda usted cuáles eran las especificaciones de la lancha Hummel-Hummel?
Víctor Manuel Boggiano Muro: Claro, de lo poco que me acuerdo, ya hace tanto tiempo, mil novecientos cincuenta o cincuenta y cuatro, más o menos. Era una bolichera de 35 TM mandada a construir por Carlos en el astillero de la familia Curo en la Caleta de San José, y después hubo la bendición, la inauguración como se acostumbraba en esos años.

RB: Crecimos, oyéndote contar sobre  la vez que Don Carlos se cayó de la Hummel-Hummel en alto mar. ¿Cómo sucedió esto? ¿Es verdad que tú le habrías salvado la vida?
VMBM: Si el aventar una pedazo de caña masticada al mar y mirar para donde caía a mis espaldas en el agua, le salvó la vida, bien, pero ahí se puede decir que existe la providencia divina y porque fue, justamente, eso que lo salvó, no había llegado la hora de que partiese, fui tan solo un instrumento. 

GON: ¿Quienes habían embarcado en la Hummel-Hummel?
CZS: Conmigo, los hermanos Miguel y Víctor Manuel Boggiano Muro, mi querido compadre Guillermo Chileno Ortega, Eugenio Cuchi Quiñones y el guardián de la bolichera, viejo pescador pimenteleño, apodado el “Cumpaíto”, - el “Compadrito” - que ya era un señor de edad. Ahora, lo, verdaderamente, anecdótico estriba en que "la tripulación", casi en su totalidad era constituida por “pavos”. Solo contaban con carnet de embarque, el “Cumpaíto”, y este tu amigo aquí, identificado como tripulante, más no como patrón de la embarcación.

RB: ¿Para donde ustedes partieron en ese tal viaje que podría haberse convertido en una gran tragedia. ¿La pérdida de un amigo?
CZS: Navegábamos rumbo a las Islas de Lobos de Afuera, también llamada Isla Alta que se encuentran a 90 km, del Morro de Etén y 83 km. de la caleta de San José al N. 24 W., isla de 4.5 km. de largo por 3.00 km. de ancho y rodeada de varios islotes. Su constitución geológica pertenece á los terrenos cristalinos denominados granito, atravesados por diques de basalto; y su posición geográfica en su cumbre central es de 6° 56' 45" latitud sur y 80° 39' 55" Long.W.de G, Isla carente de agua dulce y deposito en abundancia del famoso abono de la segunda mitad del siglo XIX que enriqueció los campos agrícolas de Europa. El guano de las Islas, nombre adoptado en honor al ave llamada guanay, gran generadora de heces fecales, pasado el tiempo abono, frente a las costas del departamento de Lambayeque, al norte del Perú. Al llegar visitaríamos al señor Homero Paredes que era el guardián del guano de las Islas  y me había invitado para que fuera a visitarlo, tiempo después se convertiría en mi compadre, al bautizarle un hijo, junto con su señora e hijos se harían amigos de todos en este viaje.

GON: Don Víctor Manuel,  ¿fue este el primer viaje que hacían justo cuando Don Carlos se cayó al mar?
VMBM: La lancha tenía un problema, una falla de construcción, balanceaba mucho, diría que hicieron la caseta muy alta pero después de unos cuatro viajes la recortaron. Recuerdo Scarpatti que era un mecánico, que no fue en este viaje… Antonio todavía no trabajaba para Carlos y en su tiempo fue el Patrón de la embarcación.

RB: ¿Pero esto sucedió la vez en que la lancha se perdió?
CZS: La Hummel-Hummel, real y verdaderamente, nunca se perdió. La única vez que esto sucedió fue después de caerme al mar, fueron trece días con la lancha a la deriva, consecuencia de haberse estropeado la bomba de petróleo. Desesperados, acabamos con las baterías ó acumuladores, por ello, once días incomunicados por no contar con radiocomunicación pero en el quinto día, fuimos avistados desde el aire por don Juan Pardo de Miguel, un intrépido piloto amigo de todos. Cuando nos quedamos a la deriva, contábamos con comida y agua para veinte días. El problema era si no nos encontraban a tiempo y si la corriente de aguas frías llamada de Humboldt, en honor a su descubridor el científico alemán, Varón Alexander Von Humboldt, nos llevaría a La Polinesia. Una corriente de aguas frías que se reflejan en la abundancia de pescado de gran calidad en aguas de la costa peruana.

GON: Pero la historia aquí importante es la caída al mar de Don Carlos, que fue en otro viaje anterior ¿esto fue después de llegar a la Isla Lobos de Afuera?
VMBM: Cuando salimos del muelle de Pimentel, pasadas algunas horas, el tiempo cambió bruscamente surgiendo mucha neblina. Fue en esta neblina que oímos la sirena de un barco  que se aproximaba en dirección de la Hummel-Hummel. Iba a destruirnos violentamente. Nuestra sirena, que había sido recién comprada, no funcionaba pero, bajo intensa presión psicológica, con una llave de desentornillar y un poco de grasa conseguimos que sonase, así, el enorme barco paró de sonar la sirena y cambió de ruta alejándose pero nosotros no salimos del lugar, no podíamos, estábamos estupefactos. Finalmente, llegamos a la Isla. Fuimos muy bien recibidos y pasamos unos dos días para luego partir de vuelta rumbo a Pimentel…

RB: ¿En qué momento se cayó usted de la lancha?
CZS: De vez en cuando tenía que mojar el eje de la hélice que recalentaba haciéndose necesario enfríalo con agua del mar usando una soga y un balde. Tres, cuatro, cinco, seis veces. En una de ellas, resbalé. Caí en el mar y nadie vio. Víctor Manuel me descubrió en la inmensidad del Pacifico ya muy cansado de gritar llamando y llamando por socorro, la verdad es que me resbalé porque la madera de la popa se encontraba mojada, por el agua que caía sobre las redes y  estaba con zapatillas de goma. Ojo, mi caída fue en la medianía, es decir a unos 42 kilómetros de Pimentel. Eran más o menos las 5.20 de la tarde, en esa zona los tumbos tienen una altura de 6 a 8 metros y la lancha tenía un andar de 9.9 milla/hora Como mucho, Víctor Manuel me vio antes de que transcurriera un minuto, de lo contrario, otro hubiera sido el final. Mi rescate demoró, dado que una vez ubicado, como "no había piloto", comenzaron a dar vueltas a mi rededor, el Cumpaíto se alocó y tiraba tablas para que me agarrase con mis casi cien kilos y casi dos metros de altura. Cuando el círculo se acortó, les grité para que cerraran la llave de petróleo para que se plantara el motor y poderme acercar a la lancha. 

Comentario del periodista Guillermo Ortega Noriega.
Parece que todos como igualmente ciertas cosas construidas por el propio hombre vienen con su destino trazado y este debe ser cumplido cueste lo que cueste. La embarcación que tenía el nombre Hummel-Hummel, se hundió años después, desapareciendo con toda su tripulación, pero con el rebautizado nombre de Moby Dick. Desaparecieron con la lancha, sus dueños los hermanos Gonzales Vigil, de conocida familia limeña.

 
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