NÚMERO 10

     

LA MEMORIA GASTA MALAS PASADAS

Antonin Kosík

 

 

La memoria gasta malas pasadas  ¿Qué sería de la vida sin la memoria? ¿Cómo sería? Unas veces se nos encoge el corazón cuando nos acordamos de una lucha perdida de antemano, lejana en el tiempo, y otras esperamos con anhelo, aunque también con temor, parajes hasta entonces desconocidos. A menudo no nos acordamos ni de la hora de salida del tren, o nos olvidamos de la fecha de nuestra propia boda. ¿Realmente nos casamos alguna vez? ¿No fue un sueño? Y otras veces nos resuena en la cabeza sin parar: Siete siete cero veintidós, siete siete cero veintidós, siete siete… Parece que no somos totalmente los amos y señores de nuestra propia memoria. Y aún así…
Por ejemplo, en algunos pueblecitos de Morava y Hungría tienen los lugareños una extraña costumbre. En cuanto llegan a la edad adulta, cuando ya están casaderos, empiezan a ir al bar, donde lo normal es que agarren unas borracheras impresionantes y a continuación se partan la cara de mala manera. Al día siguiente, cuando se despiertan, ya no se acuerdan de nada. Tienen la cabeza vacía, pero vacía de verdad, la nariz rota y moratones bajo los ojos abotargados. Cuando al final se acaban despabilando, se comen un pepinillo en vinagre y se echan agua fría en el pelo despeinado, y se lanzan de nuevo al bar, donde los mayores les cuentan repetidamente, una y otra vez, sin parar, todas sus peripecias del día anterior. Se hinchan de orgullo y acaban confundiendo estas historias con sus propios recuerdos. La vida sigue. Se emborrachan alegremente hasta la inconsciencia y se pegan palizas.
Un poco antes de la boda, el aldeano moravo disfruta de una rica reserva de recuerdos de su pasado y algún tipo de imagen de su futuro. En su propia boda agarra una borrachera descomunal y al día siguiente descubre que no recuerda nada. Pero no tiene la nariz rota, ni moratones bajo los ojos hinchados. Se ha hecho un hombre. Se echa agua fría en la cabeza y se come un pepinillo en vinagre. Luego se lanza al bar. Su mirada se ve atraída por los jovenzuelos con hematomas morados bajo los ojos abotargados y la nariz rota. Un molesto recuerdo se adentra sigilosamente en su cabeza. Toma asiento. Les cuenta a los mozos lo que hicieron al día anterior.
Sí. Este modo de vida conserva de forma natural los valores básicos, refuerza de forma excepcional el respeto a los mayores y a los casados, a los que es necesario escuchar con la boca abierta de lado a lado, para poder enterarnos de lo que sucedió ayer, hace un año o hace diez.

 
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