NÚMERO 10

     

UNA MUJER ESCALADORA EN LA EXPEDICIÓN CIENTÍFICO-ALPINISTA “GROENLANDIA ’76” LAURA FUSI

Laura Fusi

 

 

En Julio de 1975, mi marido, Clemente Maffei – guía de montañismo – tomaba parte en una expedición de montañismo en el Karakorum, el Himalaya pakistaní, a la que no era admitida por ser mujer, a pesar de ser una escaladora experimentada...así que decidí volar a Escandinavia. La primeras paradas fueron en Copenague y Estocolmo, y la siguiente en Kiruna, dentro del Círculo Polar Ártico – donde pude unirme a un grupo de exploradores que estaban visitando la Laponia finlandesa, sueca y noruega. En el famoso y salvaje Cabo Norte pudimos admirar el sol de medianoche, ¡desde el abrupto precipicio del Océano Ártico! Desde el punto situado más la norte de Europa, fuimos al pequeño puerto de Honnisvag y, a bordo de un barco rompehielos, alcanzamos las Islas Spizbergen/Svalbard.  Estaba realemnte entusiamada por mis descubrimientos en el viaje de la “Tierra de la Luz”: en aquellas latitudes el sol nunca se pone, especialementeen Junio y Julio. Tenía que conocer tantos elementos intesantes de la cultura Sami (lapona), un grupo étnico de en torno 75000 personas que intentaban sobrevivir pescando, cazando y  criando renos.Estaba especialmente fascinada por sus antiguas tradiciones religiosas, basadas en el chamanismo. Según la cultura religiosa Sami, cada ser vivo tiene un alma que, cuando muere, se separa del cuerpo para volver a nacer. Viviendo en contacto intenso con la naturaleza, estas gentes han tenido siempre un profundo respeto por la naturaleza.
Cuando  mi marido volvió desde el Himalaya, se interesó por la dscripción de los paisajes sublimes del Gran Norte y por la infomación que le di de Laponia, tuvo la idea de organizar una expedición a Groenlandia, excecionalmente ¡yo podría formar parte de ella! En seguida comenzamos a planear en términos científicos y de alpinismo la expedición “Groenlandia 76”. Partimos el 4 de Julio de 1976, para alcanzar la costa oeste de Groenlandia: 20 escaladores y yo, ¡la única mujer escaladora! Por fin había conseguido superar el viejo “machismo” del mundo del montañismo.
La expedición tenía varios objetivos, como la exploración de glaciares y montañas aún sin nombre y el desarrollo de estudios científicos en diferentes áreas: geología (con muestreo de rocas), cartografía, química, física y psicología humana.
Desde Copenague un vuelo especial nos llevó a la base militar danesa-americana en Stromfjord. Desde Stromfjiord volamos en helicópteros militares a la pequeña ciudad de Umanak, con una población de unos mil personas y 4000 perros para trineos. En Umanak alquilamos dos barcos rompehielos, que nos llevaron a la península llamada Akuliaruseq, a los pies del enorme glaciar Johannes Brae, donde instalamos el campamento base para nuestra expedición.
Nos dividimos en diferentes grupos, así podríamos llevar a cabo ascensos y exploraciones simultáneas. Yo tomé parte en varias misiones: la primera, con mi marido, era la más larga y desafiante. Nuestro primer equipo estaba formado por cinco escaladores; establecimes un campamente a gran altitud, desde el cual, al día siguiente, cruzamos el ancho glaciar, con muchas profundas grietas llenas de agua. Después de muchas horas caminando, la pared norte de una redondeada cima apareció frente a nosotros, el “Dôme Blanc”.  La pared estaba cubierta por enormes y peligrosos seracs pero gracias a la gran capacidad técnica de Clemente, conseguimos alcanzar la cima, con una altitud de 1980 metros, abriendo una nueva ruta de escalada.
Al día siguiente, mi marido, el Profesor Enrico Bellotti y yo fuimos al final de una pared vertical con una dificultad media de escalada. La pared, orientada al sur, estaba seca, pero a veces era quebradiza. En cierto algún punto del ascenso Clemente nos avisó de que una piedra caía tras nosotros: la escuché vivaz en el muro y traté de agarrame a
él, aguantando la respiración y la vi volar sobre mí. Cerré los ojos y oí un golpe al fondo tras de mí. Sin comprender este accidente, nosotros alcanzamos la cima, que llamamos “Cima Pinzolo”.
De vuelta a nuestro campamento, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que descansar por unos días. Mi corta convalecencia no me impidió ir a visitar una familia a una cala donde una familia esquimal atracaba cada noche con su pequeña barca y un kajak blanco. En las rocas suavizadas por el mar la familia solía desollar una foca cada noche para cenar. Cada parte del animal se utilizaba: las partes blandas como los ojos, el hígado, el bazo eran para los niños, mujeres e invitados. La piel se secaba con sal y se plegaba para hacer ropa.
Según la antigua cultura esquimal, cada ser vivo tiene un alma que, tras la muerte, alcanza el más allá: la aurora boreal se considera la danza de los espíritus de los muertos que, según esta tradición, siguen el ritmo de las almas más puras. Después de un par de días de descanso en el campamento base, compartí otra larga excursión con tres escaladores mas. Nuestro objetivo era la montaña más alta de la región, aún sin nombre. Partimos con un tiempo estupendo, cruzando glaciares y morrenas. Desde el nivel del mar ascendimos hasta los 1400 metros de altitud, donde montamos las tiendas de campaña. Por primera vez desde que estábamos en Groenlandia, parecía que la oscuridad llegaba, pues el sol se ocultaba tras las nubes y pronto comenzó a nevar. A las dos de la mañana, la nieve paró y entonces comenzamos nuestra partida con las cuerdas para escalar en la roca y el hielo, intentando proceder con rapidez, porque el tiempo empeoraba y la nieve empezaba a ocultar grietas realmente peligrosas. Cuando alcanzamos la cresta este de la montaña, decidimos escalar sobre ella hasta llegar a la cima. A las diez de la mañana habíamos alcanzado el pico más alto, con una altitud de
2180 metros, definiendo la primera rota de escalada, con 40 cm de nieve fresca. Decidimos llamar a esta montaña: “Setaurense Peak”.
Durante mi último ascenso en Groenlandia - a la cima de la montaña que nombramos como “Cima Rendena” - junto con mi marido, tuve la oportunidad de disfrutar del magnífico espetáculo de la aurora boreal: el cielo estaba brillando con luces de colores, tomando formas diversas y creando alucinantes efectos visuales mientras en el mar los icebergs se volvían rosas y dorados, iluminados por los “fuegos” del sol ...El fenómeno de las “luces del norte” es en realidad debido a los intensos campos magnéticos del sol, que  liberando energía, se hacen partículas atómicas en el espacio, ionizando las capas más latas de la atmósfera y produciendo el fenómeno que Galileo llamó Aurora Borealis (Ártica) o Australis (Antártica).
Nuestra exploración llegaba a su fin: una experiencia única, como escaladores y como personas, que nos permitió alcanzar nuestros objetivos deportivos y científicos.

 
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