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GUÍAS ALPINOS:
UNA HISTORIA DE PASIÓN Y
RESPONSABILIDAD LEGADA
A LA MONTAÑA
Cesare Maestri
En Chamonix, en el 1821, se constituyó oficialmente la primera sociedad alpina del mundo. Ya esta profesión había adquirido su significado actual, fue unos años antes, en el 1786, cuando fue conquistado el Mont Blanc.
La conquista del “Techo de Europa” fue un reclamo a los Alpes y las Dolomitas para científicos, exploradores y muchos curiosos. La mayoría eran nobles y ricos provenientes de Alemania, de Inglaterra y de Italia, venían armados de entusiasmo y de valentía, pero no conocían los peligros de la montaña que querían explorar. Al llegar a las aldeas posadas a los pies de la montaña, buscaban la ayuda de la gente del lugar. Elegían a los cazadores más expertos y valientes que conociesen los senderos, cada rincón, cada cañón, cada uno de los aspectos de la montaña y su talento se convirtió en el único punto de referencia sobre el que depositar su confianza.
Al principio, estos montañeros ágiles como gamos, fuertes como osos, y libres como las águilas, fueron contratados para cargar las mochilas y las provisiones. Su labor, sin embargo, no se limitaba a cargar como mulas a través de inaccesibles valles, sobre paredes verticales y a través de insidiosos glaciares. Estos hombres no sólo tenían que soportar el peso de las botas y las provisiones. Dando prueba de orgullo, destreza, voluntad y profundo conocimiento de la montaña, afrontaban y resolvían a la cabeza de la cuerda los pasajes más duros, los tramos más escarpados; eso sí, a unos metros de la cima, se apartaban humildemente, descubriéndose al cabeza , inclinándose un poco, dejando paso al señor y cediéndole el honor de llegar el primero a la cima.
Pronto, sin embargo, estos humildes portadores de mochilas se dieron cuenta del valor de su labor y se negaron a ceder el mérito, luchando por que fuese valorada la importancia de ser el primero de la cuerda, reconociéndose su oficio de guía alpino, que consiste en conducir con maestría y seguridad una cordada. Desde el momento en que se reconoció la labor del guía alpino aparecieron indiscutibles protagonistas del alpinismo, y como tales, vincularon sus nombre a las más prestigiosas montañas conquistadas de la tierra. Ciertamente, el origen de esta profesión se atribuye a una comprensible necesidad de dinero porque la seguridad de ser contratado por un acaudalado explorador significaba un grado de seguridad económica que permitía comprar una vaca o te salvaba del sufrimiento de tener que emigrar. Teniendo en cuenta que nunca ha habido guías ricos, está claro que tras todo esto ha habido un gran amor por la montaña y la aventura. En la vida de un guía alpino hay momentos de gran satisfacción y de alegría intensa que compensan grandemente todos los riesgos, peligros y la responsabilidad que caracterizan una profesión que es difícilmente comparable. Vale la pena releer lo que escribe el célebre guía Cormayur Emile Rey a mediados del siglo XVIII: “... nada me impulsa a las cumbres, sino la gran pasión que siento por la montaña. Siempre he considerado el salario como algo secundario en mi vida de guía”. En doscientos años, el guía alpino, famoso y conocido en todos los estados, ha demostrado con su conducta el código de honor que aún hoy impera en la profesión, transmitiéndose de generación en generación para recordar a quien se suma a la profesión, cuáles son las obligaciones y deberes a respetar.
Hoy la profesión de guía de alpinismo está coordinada por el Colegio Nacional, que tutela y supervisa todos los aspectos jurídicos y sociales de la profesión que, aunque protegida por las leyes nacionales, está constantemente asediada por demasiadas ilegalidades, que en la mayoría de los casos no son perseguidas por las autoridades competentes y quedan sin castigo cuando por falta de competencia o negligencia se crean accidentes o desastres.
En estos momentos de globalización en la cual, por necesidad o por ambición, se improvisa con demasiada facilidad, la profesión de guía de alpinismo corre el riesgo de ser invadida por personas incapaces, sin preparación, que no conocen ni la montaña, ni el modo de afrontarla, ni los peligros que esconde.
Yo he amado y amo esta profesión y por este motivo sufro al verla disminuida al rango de solución temporal para desempleados en espera de algo mejor o de un sueldo fácil. Este sufrimiento se hace aún mayor si pienso que ser guía de alpinismo me ha dado la posibilidad de involucrarme en el seno de esta sociedad, permitiéndome disfrutar de una vida digna, intensa, rica en emociones y de gran responsabilidad, donde la montaña ha asumido el papel que tiene una mesa de trabajo para el oficinista, la tela para el pintor, un instrumento para el músico y un teatro para el artista.
Ser guía de alpinismo significa saber que nuestros esfuerzos serán más pesados, los sacrificios más duros, los riesgos más graves, como nuestra será la responsabilidad de tomar una última decisión drástica asumiendo completamente las responsabilidades consiguientes.
Ser guía significa tener en el propio ADN un profundo sentido de lo sagrado de la vida, de confianza en nosotros mismos, sobretodo significa tener el mayor respeto por los compromisos morales y jurídicos, conforme a la profesión de guía, que impone el respeto absoluto a la protección y seguridad del compañero.
En un esfuerzo por honrar esta maravillosa profesión ha surgido el “Museo del Guía” en Madonna de Campiglio, que recopilando nuestros recuerdos querría transmitir a las futuras generaciones cuanto el guía alpino ha hecho por el nacimiento y el crecimiento de nuestra tierra, que debe a la tenacidad y al empeño de estos profesionales su fama mundial. Ser guía alpino quiere decir estar dispuesto a defender, no sólo aquello a lo que nos sentimos ligados, sino la protección del medio ambiente como bien común del cual nuestros guías se han hecho garantes y defensores. Nuestro museo querría recordar la “familia histórica” que ha escrito la historia de Madona di Campiglio y gracias a la cuál vivimos en las Dolomitas de Brenta, las Dallagiacoma ai Gasperi, dai Vidi agli Alimonta, dai Serafín ai Detassis...., quisiera demostrar nuestro empeño, nuestra preocupación y también nuestra confianza en los jóvenes que nos sustituirán.
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