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Siempre he pensado que para comprender a las personas de otra nacionalidad era necesario hablar su lengua, como primer paso para transmitir información y comprender los mensajes orales más superficiales. Por esto, me he dedicado al estudio de las lenguas de las culturas, entendiéndolo como la unión de los valores y el modo de vida de sus parlantes. Lentamente he comprendido que todo aquello no era suficiente, que había una comunicación mucho más profunda para descifrar, no verbal, del cuerpo. Los gestos, las expresiones, los movimientos, los silencios, las palabras no dichas son a menudo más significativas, pero también más difíciles de comprender, porque varían de una cultura a otra y la caracterizan. Por último, eliminados estos obstáculos, me pregunté qué podía facilitar y hacer más agradable la comunicación, teniendo presente una regla fundamental: “Lo que es importante en una cultura puede no serlo en otra”. Entonces busqué entre las necesidades primarias y esenciales que compartimos las personas y la respuesta fue: “¡La comida! Es un modo de intercambio cultural”. Un elemento al cual hemos dado siempre un valor en la cultura familiar, que se convierte en amplia convivencia, en un placer compartido y en el que el mito de una buena mesa se convierte en un pretexto para unir, disfrutando al tiempo de los alimentos.
A menudo me he centrado en recetas mediterráneas, más conocidas y atractivas, pero en la última cena me he superado y realizado completamente. Para los fieles trentinos he guisado los “strangolapreti”. Bien, ¿qué decir? La misma traducción del término es una difícil empresa. ¡Imaginad las dudas que ha suscitado! Por no hablar de los ingredientes: pan asentado, ortigas, ricotta ...!
Explique usted que debe salir temprano en la mañana para recoger los brotes aún húmedos por el rocío, como si esas gotitas de agua contuvieran en sí mismas la magia para realizar este plato único. Haciendo hincapié en que el queso ricotta que se compra debe consumirse fresco para disfrutar de su sabor plenamente. Claro que se sabe que el arte culinario requiere no sólo dedicación y cuidado, sino también paciencia, curiosidad y apertura mental. Así, para los posibles aspirantes a cocineros, mi lema es la flexibilidad, es decir, aplicar la receta de modo dúctil, con el fin de que el potencial de los ingredientes pueda variar, ampliándose o intercambiándose. Así que los “strangolapreti” han sido modificados, han sido disminuidos de rango para convertirse en simples gnocchetti de espinacas alegrados con un delicado queso local y apreciados por todos los comensales. ¡Vivan las “contaminaciones” y las provocaciones culinarias! ¿Habrá algo más excitante que un salmón noruego al aceite con un lecho de orégano y romero? ¿O que las “lihapullat”(bolas de carne finlandesas) al peperoncino? Por no hablar de la focaccio trentina al cardamomo. Con un simple plato de pan del día anterior se puede difundir el propio patrimonio e interactuar con otras culturas. En la próxima cena quiero cocinar la patata “en bronzon” y la torta “frigulöc” con la antigua receta de mi madre.
¡Que los dioses de la gastronomía me asistan! |
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