Las Dolomitas y los glaciares

Roberto Bombarda

 

¿Qué sería de las montañas sin el agua, en sus diferen- tes estados físicos, líquido y gaseoso? Simplemente no sería aquello que vemos hoy, que escalamos, soñamos cada día. En todos los mayores sistemas montañosos, gran parte del relieve montañoso muestra en sus orígenes, en su orogenia e incluso en su propio nombre el sello del agua. Desde el Everest -que en la lengua originaria del Tibet y de Nepal evoca la presencia de las nieves "eternas"- al Monte Bianco, para terminar en la Cima Tosa que se eleva sobre las Dolomitas de Brenta, agua, nieve y glaciar entran en escena como principales protagonistas. En los variados topónimos de la montaña del Parque Natural Adamello-Brenta, los tres núcleos geográficos principales (Brenta, Adamello y Presanella) deben su mismo nombre al agua. Y las Dolomitas deben su composición y forma al agua que ha depositado sus sedimentos, a los glaciares que han modelado las paredes, a la lluvia y al curso del agua que ha grabado sus vertientes.
Si no es posible en nuestra mente imaginar una montaña sin agua o sin nieve -incluso los niños dibujan las montañas con la punta blanca y el curso del agua azulada que desciende entre las verdes vertientes...- es triste carse cuenta de cómo el cambio climático está transformando el entorno natural y el paisaje de la montaña debido a la reducción de las precipitaciones con la consecuente disminución de disponibilidad en resevas acuíferas y reservas de valor incalculable como los glaciares y la nieve. El abad Stoppani escribía hace más de cien años en el "Bel Paese" que los glaciares son "instrumentos naturales perfectísimos", capaces de registrar incluso la mínima variación del clima. Y en efecto, basta la comparación entre las viejas pinturas y las primeras fotografías en blanco y negro y la situación actual para darse cuaneta de como la montaña, y las Dolomitas en sí, están cambiando de aspecto. Pero parafrasando la frase del comienzo, ¿qué sería de las Dolomitas de Brenta sin su cima nevada de la Tosa, sin los canales nevados que dividen la imponente mole en forma de proa de Crozzon, sin la pequeña "vedrette"(palabra de origen... que en los Alpes centrales se traduce como "glaciar") engarzada un anillo y bajo los picos más escarpados, de los Sfulmini hasta Tuckett y de Agola hasta Prà Fiorì? En términos simples dejarían de ser las Dolomitas de Brenta que hemos conocido y aprendido a amar.
Cuando se habla de glaciares alpinos solamente traemos a colación los grupos de las Dolomitas. Además, por las condiciones de altitud y por la orografía (tanto como la litografía, porque las rocas calcáreo-dolomíticas, con diferencia de las de granito, son en gran parte permeables al agua) no se trata de un sistema montañoso, por así decír, "muy favorable" para el desarrollo de la vida de los glaciares. Los glaciares dolomíticos son, por tanto, milagros de la naturaleza y sobreviven en cotas relativamente bajas - incluso por debajo de los límites de la nieve permanente- exclusivamente por causas locales, como la exposición al cuadrante septenctrional y occidental, con protección asegurada por las grandes paredes sombrías, así como la acumulación de las avalanchas que aquí desembocan de las cimas circundantes y una creciente cubierta detrítica. Creo por ello que el lector podrá compartir la idea de que la presencia del glaciar y de la nieve, en el ámbito de un ambiente dolomítico, con la forma y el color de los cuáles es rico, contituye algo realmente impactante. Sin miedo de faltar a la verdad, no dudo al clasificar el grupo de las Dolomitas de Brenta como el más bello de todos los grupos dolomíticos y es por este motivo(por otro lado es el único grupo dolomítico que por su longitud de más de cuarenta kilómetros no se interrumpe por ninguna carretera o instalación de remonte...)!
Otros grupos dolomíticos, aún fascinantes y prestigiosos, no tienen comparación: la Marmolada tiene un gran glaciar, pero único; el Pale de San Martino, como Sella, Antelao, Civetta y otros grupos aún tienen unos pocos glaciares pequeños, pero nunca comparables con la colina de perla que orla la vertiente occidental del Brenta y que hace décadas atrás cubría el sistema montañoso por completo. Incluso los pequeños glaciares orientales han desaparecido y el único reducto al sur, aquel de Ambiez está enormemente reducido en los últimos tiempos.
Cuando en el 1864 John Ball, primer presidente del Club Alpino de Londra, mostró Brenta a los ojos del mundo con su "Riva to pinzolo by the Bocca di Brenta", el más famoso puerto del grupo estaba cubierto, por todas partes, de un espeso manto de nieve y de hielo, hoy totalmente desaparecidos. Sólo los inviernos en que más nieva consigue mantener durante las estaciones, cada vez más tórridas, un pequeño campo de nieve sobre la vertiente rendenesa.
El austriaco Julius Payer, entonces veinteañero, recorre sus mismos pasos para alcanzar -por primera vez- el Adamello, pero no olvidó al Brenta en sus escritos, como otros talentosos científicos, alpinistas y pintores que describieron las características en los años posteriores, desde Freshfield hasta Compton, de Tuckett a Richter. A este último y en 1888, debemos la primera representación cartográfica con certa precisión en la que descubrimos la presencia de poco menos de veinte glaciares (algunos se dividieron en las décadas sucesivas) y en una superficie de 460 hectáreas. A partir de 1895, año en que nació el Comité de glaciares italiano, iniciando la campaña anual de glaciares, compuesta por diversos operadores y que en los últimos veinte años han sido garantizadas por los voluntarios trentinos del Comité de Glaciares de la SAT, con el apoyo del Parque Natural y de la Provincia de Trento. Desde 1888 podemos establecer algunos datos claros en la cuantificación de la presencia de glaciares en las Dolomitas de Brenta: con el censo nacional del 1962 han sido catalogados 18 pequeños glaciares con una superficie de 322 hectáreas; el mapa técnico del Deutscher Alpenverein del 1988 permite valorar algunos "glacionevati" (pequeños glaciares estacionarios) con una superficie total de 234 hectáreas; el censo que realizó la SAT a través de los datos del Parque, en 1994, revela entre glaciares y "glacionevati" cerca de 30 unidades, en una superficie de cerca de 180 hectáreas. Del 1994 al 2007 se han sucedido los años más calurosos de los últimos 150 años -probablemente del último milenio- entre los cualaes el más caluroso de todos, el 2003, año con temperaturas elevadísimas y de escasas precipitaciones invernales. Aquel, terrible para todos los glaciares, pero sobre todo para los de las Dolomitas. Los últimos datos de la SAT permiten a día de hoy cuantificar la existencia helada en el orden de cerca de 100 hectáreas, ¡menos de la cuarta parte que 120 años antes!. El más ostentoso ejemplo del Brenta es el del Agola, seguido de Prà Fiorî. Mientras este último es objeto de un seguimiento preciso desde 1990 en adelante, evidenciándose su disminución en este intervalo de tiempo, el Agola ha conseguido ser el "campeón", situación sobre la cual se concentran estudios en cuanto a que se considera el más representativo del conjunto. Con el estudio del balance de masas se ha podido, por ejemplo, aprender que estos glaciares han perdido en el área frontal un espesor de 20 metros en cincuenta años, con una disminución media en torno a los dos metros anuales y una pérdida tras el 2003 y el 2006, del equivalente a ¡1,6 millones de litros de agua!
Pero la reducción del glaciar, en volumen y consecuentemente en superficie, no sólo ha tenido efecto sobre el paisaje y el medio ambiente. Así mismo, el microclima y el ecosistema local han cambiado también las condiciones para la práctica alpinística -algunos recorridos se han hecho peligrosos- y para el aprovisionamiento de agua de los refugios. En suma, contribuyendo de modo determinante a cambiar el clima de la Tierra, el hombre está contribuyendo a cambiar parte del aspecto de nuestra montaña. Si continúa al ritmo del último siglo, muchos científicos previenen de que en algunas décadas los glaciares desaparecerán de los Alpes, comenzando por las propias Dolomitas. Esperando obviamente que esta previsión no se muestre acertada, sabemos que si esto ocurriera ya nunca serían las mismas. Las amaremos verdaderamente también, algo quedará dentro de nosotros, pero esta montaña ya nunca será igual para aquellos que la hemos conocido. Es una advertencia más para respetar la naturaleza en sus apariencias más preciosas, el agua: en otras palabras, para marla nosotros y las futuras generaciones.

 

 

 

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