El deseo de reencontrar la unidad perdida con el mundo, de per- cibir la misteriosa dimensión del entorno que circunda al hombre y reconstruir la vibración profunda inunda la sensibili- dad de Claude Debussy (1862-1918). "La música es una mate- mática misteriosa -escribió el músico francés- cuyos elementos participan del infinito. Es la responsable del movimiento de las aguas, del juego de curvas descrito en la mutable brisa; nada es más musical que un atardecer". La empatía con el mundo y sus elementos le hace capaz de recrear el encanto incluso en los fenómenos más comunes. Surge en el espectáculo, simple y sublime a un tiempo, del lento caer de una hoja muerta, del cándido hielo de un paisaje nevado, de un reflejo dorado deformado en la superficie del agua, del glorioso transcurrir del aire perfumado de la tarde.
Entre las sustancias materiales que animan los fenómenos naturales, la que sin duda ejerce una fascinación absolutamente peculiar en su encuentro con el músico es el agua, en todas las innumerables formas en las que se presenta. El agua, elemento melancólico, pero también sensual y fascinante, evanescente y sugestivo, se filtraba en aquellos años en la poesía simbolista y en la pintura impresionista.
Entre los sugerentes títulos que Debussy daba a sus propias composiciones se aprecia una proliferación de indicaciones a contenidos extramusicales ligados a la naturaleza y a algunos de los espectáculos que nos ofrece. Muchos de estos títulos están relacionados con la variedad de fenómenos aéreos, pero, incluso, están en mayor número aquellos ligados al imaginario acuático: Le jet d'eau, La mer est plus belle, Jardins sous la pluie, Reflets dans l'eau, Poissons d'or, La cathédrale engloutie, Ondine, En bateau, Pour remercier la pluie au matin, Sirènes, La mer, De l'aube à midi sur la mer, Jeux de vagues and Dialogue du vent et de la mer.
Las alusiones al agua afloran en los textos del las mélodies para canto y piano que Debussy extrae de las obras de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé. Se convierten en una metáfora profunda de la melancolía de la vida incontrolable que se extingue: en el inexorable descenso de su transformación natural se convierte en aquello que Huysman define como "elemento melancolizante". "La música de Debussy es blanda, húmeda, goteante", escribe Alberto Savinio. Densa e inmóvil es el agua que atraviesa los primeros acordes de la Cathédrale engloutie, preludio para piano. Estos sonidos se mueven lentos, en una "bruma dulcemente sonora" y dan volumen a la materia musical haciendo resonar el timbre del piano en toda su grandeza. Las amortiguadas sonoridades iniciales se sobreponen y dejan apenas filtrarse desde la lejanía el tañido de las campanas de la sumergida catedral de Ys. En Reflets dans l'eau, la luz se descompone en perfectas motas de dorados reflejos, velada, de tanto en tanto, por la fascinación inquietante de la profundidad. En los fragmentos sinfónicos de "La Mer" cada impulso de energía encuentra el equilibrio en el impulso análogo sucesivo, en un continuo expandirse y recogerse de las ondas que se expanden sin descanso. Al mismo tiempo, el canto hipnótico de las Sirénes nos transportan, meciéndonos con su vaivén . El mar, la fuente del parque, el agua estancada en el subsuelo del castillo articulan la compleja simbología de la vida y de la muerte en la ópera de Pelleas y Mélisande. "Claude Debussy es el músico del agua durmiente y estancada", por Jankélevitch, "así como Claude Monet es su pintor; y al tiempo que el autor de las Ninfeas, él ve entre la niebla, la calma opalescente e iridiscente que tiembla en el espejo de la superficie reflectante de la vida". Monet trabajaba sobre las variaciones y los efectos de la luz y, en modo específico, sobre la reverberación de los reflejos en el agua. El estudio del agua ofrecía un pretexto para representar masas informes animadas tan sólo por la riqueza de las sombras.