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Economía de Mercado y Democracia
Caterina Dominici
El siglo XX se ha caracterizado por ser una etapa de colisón entre los modelos socialista y capitalista. Un desencuentro que después de la guerra mundial provocada por el fascismo nazi, ha desembocado en la Guerra Fría, a la sombra de una catástrofe autodestructiva como es una guerra nuclear.
Un choque no sólo político, sino ecónomico, entre los países del socialismo y los de occidente; la competón entre la economía marxista de la propiedad colectiva de los medios de producción, que es planificada por el estado y el modelo liberalista, fundamentado sobre la propiedad privada y la libertad de mercado.
Ambas se han medido con el problema de la democracia.
La realidad, que hoy no se pone en duda, es que la experiencia del socialismo negaba los espacios fundamentales de la libertad y de la democracia que son dos caras de la mismo moneda.
Estaba en lo cierto el Nóbel de Economía, ideólogo del liberalismo, Friedrich von Hayek, al afirmar: "¿Para que sirve escribir sobre un pedazo de papel que existe la libertad de prensa, cuando todas las imprentas pertenecen al estado, es decir al poder? Un estado donde no hay propiedad privada es un estado que tiene automáticamente canceladas todas las libertades fundalmentales."
El motor que mueve la economía de mercado es aquel del máximo beneficio, que estimula la creatividad y el riesgo de la empresa.
Una competición dramática, donde el más fuerte se come al más débil. Esto vale para la más pequeña empresa como para el sistema de las empresas de un país. La competencia ha implicado un fortísimo impulso del progreso científico y tecnológico y de la sociedad del consumo.
Y, entretanto, es verdad que el desarrollo capitalista ha producido una profunda desigualdad e injusticia social entre los habitantes de los países más débiles del tercer y cuarto mundo e incluso en las propias clases sociales de los países más ricos, en los que la nueva pobreza es un fenómeno de gran actualidad.
La propia guerra, avivada también desde el 11 de Septiembre, más que problemas de libertad y democracia está vinculada a problemas económicos y de los vitales intereses de las reservas petrolíferas. No obstante, los países de economía de mercado están regidos por las Constituciones, como los Estados Unidos de América y los países Europeos, entre los "iluminados" de la historia de la humanidad, en el respeto de la persona humana, de la libertad y la democracia.
En cuanto al sistema democrático, desde la economía de mercado, están colmados de defectos, pero son a día de hoy, la mejor expresión de convivencia social. En el choque entre comunismo y sociedad capitalista, la victoria de esta última es plena, sea desde el punto de vista del progreso económico y social como desde los espacios de democracia y libertad real. Incluso, el último gran imperio comunista, el de China, ha reconvertido la propia economía sobre el modelo del beneficio y de una economía de mercado hiperliberalista, sin redes de protección social ni respeto medioambiental.
Con mucha probabilidad, el beneficio, la libertad de empresa privada de la economía de mercado, están destinados a hacer estallar la contradicción entre el poder único del partido comunista y su carácter totalitario que niega a sus ciudadanos el ejercicio pleno de la libertad y de los derechos democráticos fundamentales.
La misma última bandera comunista de Cuba parece abrirse a la economía de mercado.
El debate aobre la relación entre economía de mercado y democracia se plantea hoy, por completo, desde la opción única de una sociedad global de economía de mercado.
En este contexto, dos son, esquemáticamente, las tesis enfrentadas: la de una economía hiperliberalista, sin reglas que regulen, sino aquellas del máximo beneficio y de la libre competición. Una tesis que niega o tiende a marginar los mecanismos de regulación del estado.
La tesis opuesta, sin negar el beneficio y el mercado, considera prioritarios los intereses generales, aquellos que durante la primera democracia ateniense eran llamados como Bien Común. Una tesis que exige un mecanismo fuerte por parte del estado, porque al estado compete el poder dictar las reglas que garanticen el Bien Común.
Entonces es necesario más estado y no menos estado.
La contradicción mayor es que la economía del libre mercado está completamente globalizada mientras, en paralelo, faltan unas reglas de Estado Global con el poder de dictar las reglas para un nuevo orden de justicia económica, protección social, de respeto de los derechos humanos, de libertad y de democracia que concierna a todos los pueblos y todas las personas del planeta.
Los estados están divididos por sus propios intereses nacionales, a menudo conflictivos. La propia Europa, que se vanagloria de un modelo más avanzado de welfare social está aún distante de gestionar poderes políticos supranacionales; como la ONU, un instrumento obsoleto y privado de poderes reales.
En todo este tiempo, la relación entre economía de mercado, democracia y libertad no ha conseguido encontrar solución a esta situación.
La democracia de un estado no puede prescindir de la libertad de la economía de mercado gobernada con sus propias reglas. Pero la economía de mercado se puede desarrollar en sus peores modos en los estados sin reglas democráticas.
La economía de mercado responde a las leyes del beneficio de la libre competición y no a la ética.
Es el estado el que debe establecer las reglas del juego en el respeto de la democracia y de la ética, de la justicia y de la igualdad de la sociedad planetaria.Se impone la pregunta: ¿Es la economía la que condiciona la política o viceversa, es la política la que condiciona la economía?
La respuesta no es unívoca, la respuesta puede entenderse como un diálogo permanente entre los intereses expresados en la libertad de las empresas, que es la economía de mercado y aquellos regulados por el propio estado democrático que responde al objetivo del Bien Común.
Hoy la economía de mercado domina en todo el mundo.
La información se mueve en tiempo real en todo el planeta y, con un simple clic, los capitales financieros se pueden enviar de un punto al otro del mundo determinando la suerte o la desgracia de la economía de los estados y no sólo de los más débiles, sin ningún control democrático.
Las grandes multinacionales desde hace un tiempo han trazado el camino para la internacionalización de las empresas. Hoy una empresa que quiere resistir a la competición global ha de ser internacionalizada.
El fenómeno de deslocalización de las empresas, que se vive en Trentino, como en todas las partes del mundo desarrollado, en cuanto a los mercados que tienen unos costes de trabajo muy bajos, menos tasas y sin vínculos de salida en cuanto a la protección medioambiental o sindical, están a la vista de todos. La contradicción evidente es que una sociedad financiera o empresarial dentro de un estado democrático está obligada a moverse según las reglas democráticas que cada estado establece con el poder político. Mientras que, como tantas veces ocurre, la sociedad financiera o empresarial se mueve fuera de los estados democráticos y se incluye en los estados débiles y/o sin democracia, se mueve del peor de los modos, con una alta explotación de los recursos y de la mano de obra local.
Todos conocemos escándalos de explotación de menores, de las condiciones de trabajo bestiales, del desbordarse de la corrupción en todos los niveles, de la libertad con impunidad para imponer en los países más pobres las labores más peligrosas, nocivas y destructivas...
El inicio del tercer milenio está caracterizado por el problema inédito de carácter global.
Por primera vez en la historia de la humanidad, como efecto de un crecimiento demográfico exponencial, especialmente en los países más pobres, y del desarrollo económico y del consumo, que se pensaba ilimitado, estamos al borde de una catástrofe ecológica planetaria. Recursos vitales como los del agua potable se reconocen ahora más preciados que aquellos alimenticios, que han tenido siempre precios más elevados.
Hoy, también los EEUU reconocen la existencia del efecto invernadero por la contaminación del aire que respiramos, el deshielo de los cascos polares, la merma de los bosques tropicales, el avance de la desertificación, la desaparición de cada vez mayor número de especies naturales y vegetales, la destrucción de áreas cada vez más vastas de los océanos...
Para hacer frente al desarrollo de los consumidores reclamados de las nuevas economías emergentes, como aquellas de la China o la India, necesitaríamos otro planeta de reserva. Pero el mundo es uno sólo y las reservas petrolíferas están agotándose todas. La economía de mercado global dejada a briglie sciolte nos lleva a la autodestrucción.
Para salir de esta tremenda perspectiva es necesario un nivel de armonización y de decisiones políticas a nivel planetario. Aquellos que desean una política fuerte de los Organismos Internacionales que, en nombre de la democracia, a veces del gobierno del pueblo, en este caso representantes de toda la humanidad, pongan freno a este modo de desarrollo inducido por la economía de mercado. Por el Bien Común, que se identifica con la protección de la vida del Planeta, es urgente y necesario dictar unas nuevas reglas para la economía de mercado, para empezar de nuevo y eliminar los derroches y conseguir un desarrollo compatible con los recursos de los cuales el mundo y la humanidad podamos disponer. La actual economía del mercado liberalista, mantiene aún el rumbo hacia la colisión con las necesarias exigencias de una economía de mercado de practicar sólo dentro de los límites de los recursos disponibles que son finitos e infinitos. Como la ciencia, también la economía de mercado tiene factores de progreso según los usos que de ella se haga. La democracia exige un poder político (de la polis mundial) que dicte urgentemente las reglas de un desarrollo compatible orientado a la reconversión de los recursos económicos, financieros y tecnológicos, a partir de aquellos energéticos y hacia un proceso de igualdad y justicia social para todos.
Bastaría reconvertir los gastos de la guerra y el impulso de los armamentos, para alcanzar los recursos necesarios para este esfuerzo extraordinario de reconversión económica global. Una reconversión que va de la mano de la exigencia de una cultura humana planetaria. La consciencia de que el planeta se ha hecho pequeño y los pueblos deben comportarse como pertenecientes a una única familia humana en un espíritu real de fraternidad.
¿Una utopía? Puede ser. Pero sin esta utopía no hay futuro.
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