Ernestina Dallagiacoma
El esquí como sentimiento y expresión de vida



Cristina Maffei Suomi

 

Siempre he considerado distante e impersonal que alguien, ante la petición de una entrevista, me cite en un bar, en el hall de un hotel o, aún peor, me conceda su tiempo mientras trabaja en otras ocupaciones. Cuando el entrevistado te invita a su casa, comprendes rápidamente que se ha producido esa espontánea implicación, ese deseo de mostrarse en esencia para establecer un recíproco intercambio de información. Aún antes de vernos tenía la impresión de que nuestro encuentro daría origen a una conversación agradable, alegre, pero, sobre todo, llena de sentimiento. Sólo un poco después he comprendido que se estaba reafirmando uno de mis presupuestos exitenciales: que en lugares más o menos vecinos del mundo existen sujetos con los que aún no nos hemos encontrado pero que siempre están en comunión con lo más profundo de nuestro ánimo porque sienten las mismas sensaciones, pasiones, actidudes y emociones al enfrentarse a la vida.
La casa de Ernestina Dallagiacoma está en un alto, en el límite del bosque y parece señalar el punto de encuentro entre los elementos de la naturaleza y las gentes de la moderna Madonna di Campiglio.
Se levanta donde ella, aún joven muchacha, decidió construirla como expresión de su propia personalidad, radicada en tierra de montaña pero llena de entusiasmo por la novedad que estaba despertando del sueño a la original ciudad en los Dolomitas.
Y al hablarme del apoyo que tuvo de sus hermanos, de los esquís construidos por el padre y del primer ascenso al Belvedere, sus ojos, brillantes y vitales, se iluminan.
En la descripción de los primeros complementos rudimentarios para esquiar y de la técnica usada trasluce aquella pasión y aquella exuberancia  que siempre la han acompañado en su actividad.
Su voz segura y el lenguaje atento y cuidado, muestran los años no fáciles que pasó en el colegio, permitiendo que  adquiriese un sentido de la historia que nunca más hará falta incitar. En sus recuerdos se advierte que posee un sentido absoluto de la realidad del presente y del pasado.
"La dificultad posterior a la gran guerra parecía insuperable, después del retorno de mi padre de la prisión sucedió la muerte de mi madre y la necesidad de adquirir rápidamente una independencia prematura pero indispensable. Entonces, decido preparame físicamente para aquella que sabía que sería una razón de vida: el esquí. Los esfuerzos son muchos, el 27 de septiembre de 1933, con once años me dedico a enseñar a los primeros escasos turistas en Campanile Basso, y con gran fuerza de voluntad supero el examen Fisi en 1947 en Cervinia. Siempre me ha gustado trabajar con niños, incluso los más jóvenes, ayudándolos en su propio crecimiento, deportivo y personal. Los comprendía y los animaba, pero también les exigía dedicación y perfección. Con los años he construido mi propio sistema de enseñanza basado en una minuciosa explicación de cada movimiento individual, acción por acción a cámara lenta, para que los alumnos puedan ver, asimilar y copiar las diferentes posiciones. Incluso frente a las dificultades de una pista complicada he abierto bien los ojos para afrontarla con audacia, sin dejar nada al azar, con la mente libre y el deseo del éxito.
Para transmitir mis conocimientos he conseguido perfeccionar una filosofía de enseñanza basada en la voluntad, del rigor acompañado de diversión, pero sobre todo de la comunicación entre personas que va más allá de la propia lección. Por esta razón, muchas veces me han invitado a esquiar con ellos en otros lugares y he tenido el privilegio de conocer otros lugares y otras montañas."
De sus palabras se desprende una indulgente benevolencia, pero también la exigencia de una disciplina que en el deporte es imprescindible, con sus principios y valores, que con la continuidad en la vida de todos los días forma no sólo deportistas o campeones sino hombres y mujeres. En el esquí Ernestina ha dedicado más de sesenta años de su vida, ha sido la moderna protagonista de la historia de Campiglio, de sus profundos y numerosos cambios y de la evolución de la cultura de la montaña. Siempre ha deseado disfutar plenamente de aquello que ha construido y de lo que su pueblo, moderno y febril, pueda aún ofrecerle.

Sólo puedo esperar que en el futuro el viento, la nieve y la fuerza de nuestra montaña dibuje en mis rasgos y me de unas arrugas similares a las suyas, aparentemente duras, pero grabadas con tenacidad y paciencia, típica de aquellos que han vivido e interiorizado la existencia en la montaña.

 

 
 
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