EDITORIAL

Nunca sabremos cuándo celebró la humanidad su primera Navidad, pero hace mucho tiempo. Desde hace siglos los hombres habían observado que, progresivamente, los días se hacían cada vez más cortos y las noches más largas. Veían un sol que, poco a poco, sucumbía al avance de las tinieblas. Sucesivamente, llegaba el momento mágico en que el sol parecía detener su propio movimiento en el horizonte, entonces la victoria de la luz debía comenzar. El sol renacía con fuerza renovada y, desde este momento, el día robaba el lugar a la noche. Los hombres se llenaban de alegría y esperanza - después de todo, el sol era su vida. Se despertaban esos nobles sentimientos que les movían a regalar y a regalarse al prójimo. La celebración por el nacimiento del sol se encuentra en muchas culturas ancestrales, a todo lo largo y ancho del planeta. Los antiguos romanos no fueron una excepción y, el día en que la noche es más larga, cuando el sol parece detenerse, lo llamaron Solsticio (Sol Inmóvil) de Invierno. Esto ocurre cada 21 de Diciembre. Tres días después, a la medianoche del 24 de este mes, celebraban la fiesta del Sol Invictus (Sol Invencible) los romanos celebraban el nacimiento del sol el 25 de Diciembre, con enormes banquetes y coloridas fiestas disfrutaban este día de un ambiente agradable, cordial y lleno de buenas intenciones. Algo parecido a nuestra Navidad Cristiana... no es mera coincidencia. Incluso hoy, como herencia laica, los hombres reclamamos un momento de renovación, un momento de esperanza, un momento de alegría. Como sucedía en aquellos tiempos, cuando se celebraba otra Navidad.

 

 
 
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