¿Imaginación o verdad?

por Guillermo Alfonso Ortega-Noriega

desde Salvador de Bahía, Brasil,  Diciembre de 2008

 

 

Este no es un cuento.
Este es un relato auténtico que dedico a Elia,
un niño Europeo  que si aún no lee,
lo hará en un futuro bien próximo porque hay algo que él representa: la existencia de la esperanza.

 

Hay personas que preguntan qué es lo que hizo que  mis padres, hermanas y hermanos que llegaron en 1972 al Brasil se quedasen mientras otros iban para los EUA o Europa?.  Es verdad que eran años turbulentos en América Latina pero aqui se vivia el milagro brasileño, mucho progreso, crecimiento econômico, desempleo mínimo, algo que los medios de comunicación nativos divulgaban con gran alarde y entusiasmo. Mi família queria apenas esperar unos cuatro o cinco años hasta que las cosas volviesen a lo normal en el Perú. Esto no sucedió porque nada volvió a ser lo que era en nuestro país, mientras, eso, nos integramos con facilidad a esa realidad, lo que en general no sucede con hispanoamericanos para quienes este país era y es un verdadero enigma, algo que se demora mucho en conprender.
Aquella mañana fria de mayo encontré una amiga en la ciudad de Belo Horizonte que deseando mostrarme lo que era su ciudad y ayudarme a definir mis metas profesionales con relación a su país me llevó a un barrio pobre – ¿sería uma favela? – para visitar una señora que a través de la lectura de un juego de “búzios” – unos caracoles diminutos provenientes del África – me aconsejaría sobre los caminos que deberia tomar. Una casa humilde, simple pero limpia. El tiempo me mostraba cada dia que la gente cuidaba de sus casas, no importaba la condicion econômica, con esmero para manter la limpieza además de que aún en lugares nada cálidos, todos se bañaban por lo menos una vez al dia. El agua, siendo vital, lo que no es novedad,forma parte del cotidiano de manera intensa y muchas veces dramática en la vida de la gente de este país.
En una mesa de madera cubierta por un mantel de liño blanco, Doña Josefa, asi se llamaba si bien recuerdo, extendió unos collares de cuentas de diversos colores formando una mandala y despues de rezar algunas oraciones y pronuncia palabras que supe despues eran en lengua Yorubá,  echó los búzios en el centro del circulo creado por los collares superpuestos y abiertos y asi tuvo inicio el proceso adivinatorio de lo que sería mi futuro con las recomendaciones pertinentes que esto implicaba. A cada momento, al aventar las piezas de nácar establecíase  un dialogo entre Doña Josefa y la lectura que ella hacía a través del juego de buzios de mi vida, con las respuestas que daba a mis indagaciones yo me quedaba maravillado. Nunca había visto algo parecido y porque mi juventud estaba acompañada de una dulce ignorância decidi que debia conseguir unos buzios, aprendería a usarlos y asi podría conocer lo que la vida me deparaba. “No puedo darle, venderle o lo que sea. Esos buzios no son para Usted ya que no es un iniciado para poder usarlos” Tanto insistí que convenci a la pobre mujer de venderme un juego de 16 piezas con las que fui de vuelta a mi departamento feliz de la vida.
Vivia en el décimo-sexto piso de  uno de los dos mil departamentos de un edifício de veinte,... El edificio había sido proyectado por el arquitecto Niemayer localizado en la Rua Timbiras en el centro de la capital minera. Pasé dos o três dias sentando obteniendo respuestas a todas  mis preguntas, inquietudes y proyectos de vida. Mientras transcurrian las horas fui sintiendo que no estaba feliz, contento porque descubri que al final de todo yo no deseaba saber nada sobre mi futuro, el ajeno ni de nadie. Quería estar como estaba antes o sea ignorante de ciertas cosas y punto.
¿Qué hacer? Simple, muy simple: ponerlos en el saquito en que habían venido y aventarlos por la ventana del departamento que no estaba por puro gusto en El décimo sexto piso. Miré la extensa y espesa vegetación Del fondo Del edifício y para allá fueron los búzios desde una altura razonable. Llegarían al suelo con velocidad y se mesclarian con los restos de hojas y otros detritos y listo. Acababa allí mi experiencia esotérica.
Pasaron dos o três dias cuando una mañana temprano, muy temprano, alguien llamó a la puerta. Eran dos ninõs de unos seis o siete años que sonrientes – la gente aqui, casi todos sonríen con gran facilidad – preguntaron: ¿Es de Usted esta bolsita? Como estaba medio dormido, abri los ojos de forma que hasta asustó a los chicos. ¿Como es esto posible? – pensé. Aqui todos los departamentos están ocupados, ¿como es que ellos saben que esta bolsita conteniendo los búzios es mía? La cogi verificando su contenido y piediendo que me esperasen un momento me dirigi al dormitorio para buscar algunas monedas para agradecerles su gesto y despacharlos no sin antes preguntarles cómo es que sabían que aquello me pertenecía.  Cuando llegué al umbral de la puerta, los niños habían desaparecido. Ningun rastro de ellos.
Tomé un rápido baño y bebiendo un café fuerte salí del departamento en direccion de la casa de Doña Josefa rezando para recordar el camino. Cansado y exhausto de subir y bajar laderas consegui descubrir la casa. “Le dije claramente que Ud. no podia usar este juego de búzios porque no era iniciado y ahora me los trae de vuelta pero yo no puedo devolverle el dinero porque ya lo gasté” – “No hay problema – retruqué – sólo deseo que me explique cómo es que esos niños supieron que yo era el dueño del saquito”. “Pretende Ud. quedarse en el Brasil mucho tiempo? “Tal vez, cuatro o cinco años”. “Bien. Si ud. se queda unos diez o quince años quizas consiga entender lo que le sucedió esta mañana”
Brevemente, cumpliré cuarenta años de vivir en este país, casi siempre en Bahia, la matriz de la cultura afrobrasileña con su amplia sabeduría y continúo sin entender cómo aparecieron esos niños en la puerta de mi departamento... o ,quizás, a esta altura de la vida, aún sabiéndolo, puede ser que no esté autorizado a hablar sobre eso.     



Guillermo Alfonso Ortega Noriega es Periodista Profesional, miembro del Colegio de Periodistas del Perú y reside en el Brasil desde 1971

mitortega@gmail.com


 
 
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