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EL GIGANTE DE LA AVENTURA
EN HOMENAJE A GIULIANO DE MARCHI
El 5 de junio, víctima de un accidente durante una excursión solitaria con los esquís, falleció en el monte Antelao uno de los campeones silenciosos del alpinismo italiano. médico de profesión, autor de centenares de ascensiones a los Dolomitas, al valle de Yosemite, a la isla de Baffin del Himalaya, destacaba además por su gran profundidad humana.
Vittorino Mason
No sé si existe un momento y un lugar para morir; sin duda, tarde o temprano se debe abandonar este mundo, para convertirse en otro, tal vez para volver. En una entrevista que hice a Giuliano cuando volvió del norte del Monte McKinley, donde se le habían congelado los pies de nuevo, al preguntarle si merecía la pena, dijo: «A pesar de todo, sí. No me arrepiento. Nunca hay que arrepentirse de lo que se haya hecho o no se haya hecho. En 1991, fue muy duro perder los dedos. Ahora estoy mejor preparado, sé que de una u otra forma podré superar las pruebas. Lo único que lamento es que, de ahora en adelante, tendré que tener más cuidado para no congelarme otra vez.» Decididamente, yo creo que nada en el mundo hubiera podido evitar que Giuliano viviera sus sueños.
Gran protagonista del alpinismo en los Dolomitas, no se limitó únicamente a abrir los caminos en nuestras montañas, sino que buscó líneas de salida «sobre», «a lo largo» y en «sí mismo», no sólo para alcanzar sus sueños aventureros, sino para encontrar el alma de las cosas, la cultura de los pueblos y la experiencia de una forma de vida distinta a la normal, en contacto con la naturaleza salvaje, que para él siempre fue como una madre, una gran inspiración para continuar.Cuando le pregunté si había sentido miedo en Alaska, respondió: «No, de hecho, este tipo de ambiente me entusiasma. No había nadie alrededor, aparte de nosotros. Quedarse en completa soledad, sabiendo que tienes que contar solo en tus fuerzas, añade todavía más encanto a la aventura». ¿Un desafío?, le dije«No. La posibilidad de poder moverse todavía en lugares solitarios, alejados de los campamentos base del Himalaya, ambientes en los que todavía es posible sentirse inmersos en una verdadera tierra salvaje. Lugares en los que uno no se distrae por nada, en los que se puede experimentar un bienestar interior, una paz difícil de encontrar en el día a día de nuestras ciudades».
No sé si Giuliano creía en algún dios, pero sé que en varias ocasiones aplicó las enseñanzas de Cristo. En 1991, salvó la vida a Fausto De Stefani, renunciando por tercera vez a la cima, que estaba tan cerca, y pagando un alto precio, ya que se le congelaron los pies y se los amputaron más tarde. Nunca mostró arrogancia por sus logros y aventuras, solo eran para él meras experiencias de viaje.
Me gustaba llamarlo «Sócrates» por su apariencia de filósofo griego, por la forma de interpretar la vida, por su equilibrio al no juzgar a los demás, al no mostrar su opinión, no porque no la tuviera, sino porque prefería guardarse las cosas. Tenía un físico escultural, como tallado por un artista, la piel bronceada, el pelo rizado, en su mayoría blanco, barba, también blanca. Era un hombre encantador, de mirada valiente, pero siempre disponible.
Giuliano era como San Martín, que se despojaba de su manto para dárselo a los necesitados, lo hacía sin preguntarse por qué. Tal vez no fuera casualidad que trabajara en un hospital que llevaba el nombre del santo. He conocido a pocos médicos que hayan seguido las enseñanzas de Hipócrates: él fue uno de ellos.
Un amante de los libros y del cine, le encantaba viajar. «Los viajes se hacen en barco por el mar, no en tren. El horizonte debe estar vacío y debe separar el cielo del mar. No debe haber nada alrededor y por encima debe abundar lo inmenso, solo entonces hablaremos de viaje», cuenta Erri De Luca en «El día antes de la felicidad». Puede ser que viajemos porque nos sentimos pequeños, humildes, poca cosa en comparación con la grandeza del universo. Te sientes como un niño que corre a los brazos de su padre que, más tarde, lo levanta para ponerlo sobre las alas de una paloma que cruza la calle y parece que por un momento de ligereza tú también puedes remontar el vuelo.
En ese vacío inmenso está encerrado el miedo a morir, de perderse en el mar de la existencia, caer en un abismo, un silencio profundo en el que no se pueda mantener la compañía. Este es el gran viaje, la prueba suprema, el camino para disolverse en todas las cosasy sentirse parte del todo y no solamente el dueño de un cuerpo o de algo. Mejor convertirse, transformarse, cambiar, que quedarse inmóvil en un atuendo que con el paso del tiempo envejece y muere con nosotros. Alzar la mirada al horizonte, naufragar con un pensamiento en el cielo abierto, perderse entre los pasos de los días, escuchar el eco de nuestros propios sentimientos. Pienso en Giuliano en las nieves del Antelao, en sus palabras:
«La cima es casi siempre el final de tus emociones en las montañas, pero no lo es todo. Para mí, la montaña también significa el ambiente que me rodea, el lugar en el que puedo expresar mi físico, sentir bienestar interior, encontrar la armonía, la paz conmigo mismo y con los demás…»
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