LOS ELEGIDOS DE LA MONTAÑA

Alpinismo: ¿noble caído?

 

Sonia Sbolzani

 

 

Imágenes que se suceden en vertical por encima del mural de la naturaleza, la emoción del vacío, el aire cada vez más rarefacto e hipnótico, el grito del silencio llevado por el viento, el olor sensual de la nada, el desafío con uno mismo y el juego, aquel juego que a veces se parece a la partida de ajedrez con la muerte de la película “El séptimo sello”, de Bergman…
Es el mundo de la escalada y de sus fronteras, siempre en expansión como el universo, a veces más allá de la moral misma. Pero ¿qué significa la escalada a día de hoy? ¿Una moda? ¿Un deporte? ¿La máxima expresión del alpinismo?
Rheinold Messner, el célebre fenómeno de los “ochomiles” del Himalaya, definió al escalador como “un artista que no tiene necesidad de justificaciones”.
Hoy, sobre todo en Italia, donde, al menos desde los años 40, el no va más de los escaladores son los Dolomitas, poco sobrevive de aquel espíritu heroico que tuvo su apoteosis en la Primera Guerra Mundial, después durante el régimen fascista y la Segunda Guerra Mundial (particularmente en el fenómeno de la Resistencia) y que  finalmente culminó en la conquista del mítico K2, en 1954, de la mano de la expedición guiada por Ardito Desio. La segunda mitad de los 60 supuso el principio del fin: un proceso de lenta e inexorable decadencia que eclipsó incluso los más excelsos nombres del alpinismo nacional, como Walter Bonatti, el Duque de los Abruzzi, Vittorio Sella, Cichìn Ravelli o Riccardi Cassin, por citar solo algunos (y omitiendo así muchos otros hoy caídos en el olvido).
Hoy se opta por escalar paredes artificiales (las montañas mismas, por lo tanto, se han vuelto opcionales), a veces con clavos de expansión atornillados que previenen las caídas y evitan cualquier aventura imprevista. Y así se pueden superar también los límites del sexto grado, llegando al noveno y más allá, retos siempre más difíciles, pero en realidad “planos”.
Un deporte como otro cualquiera: tal vez el alpinismo no sea más que eso hoy en día. Por lo demás, Leslie Stephen (padre de la célebre escritora Virginia Woolf) ya presagió esta tendencia en 1871: en su libro "The Playground of Europe", definió la escalada como "un deporte como el cricket o el canoísmo o cualquier otro".
En esencia, la época actual es la de la simple dificultad técnica, una vez eliminado todo riesgo que no sea el típico de un gimnasio de entrenamiento urbano. Los que buscan la emoción del peligro extremo prefieren, antes que la cuerda y el piolet), el bungee jumping (salto con goma elástica) o el canyoning (descenso libre por una corriente de agua), el esquí acrobático o el kiteskiing (cometas sobre hielo). O, simplemente, se pone al volante de un coche de considerable cilindrada…
De las subidas, de la misión científica, de la aventura heroica que caracterizaban el alpinismo de antaño, sobrevive el recuerdo y el ejemplo inspirador, quizás solo en algún nostálgico o purista del Club Alpino Italiano (en particular en el Caai, el grupo de élite que representa el lado académico del colectivo), que, con valentía e innumerables problemas, conserva el espíritu elitista y los valores nobles del auténtico, original, legítimo alpinismo, cargado de cultura e historia.
El conocido escritor Dino Buzzati, que, como se sabe, amó ardientemente a los Dolomitas durante toda su vida, reconociendo la superioridad inalcanzable de los pocos “elegidos de la montaña”, escribió un día: “Ahora comprendo que la gran montaña ha revelado sus más ocultos y poderosos secretos solo a ellos. Y no a los pobrecillos como yo, que tuvieron miedo” (del cuento “I fuorilegge”, publicado en 1963 en el volumen conmemorativo de los 100 años del Cai).

ODAS DEL CAMINANTE DE LA MONTAÑA
A la categoría de amantes de la naturaleza virgen y de la soledad pertenecen de pleno derecho, junto a los escaladores, también los caminantes, los que de la montaña prefieren la dimensión vertical en lugar de la horizontal. Bajo el lema de la libertad y del amor por el medio ambiente. En efecto, el caminante, con las alpargatas en los pies, puede salir incluso si el tiempo no es especialmente agradable (basta con llevar un práctico paraguas), no ha de llevar a la espalda mochilas pesadas (lo ideal es un bocadillo, una fruta, una chaqueta), no debe pegarse madrugones ni realizar fatigosos preparativos, elige a su gusto el itinerario a seguir, camina al paso que le parece mejor, vuelve cuando quiere, seguro y tranquilo. Y tal vez incluso llegue a hacer buenos amigos entablando conversaciones con quien se cruce en su camino.
Pero el privilegio más grande del caminante de montaña es que tiene todo el mundo y el tiempo de guardar a su alrededor, disfrutando de sublimes paisajes y saboreando a su gusto todo el encanto de las alturas.

Dibujos: Juan Kalvellido

 
   
 
 
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