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Un sueño de una noche de verano: eso parece la pasión de la señora Rita Baldo, que emergió como un amanecer inmenso entre los glaciares del paso del Stelvio. De allí, en 1949, recuerda Rita –nacida en 1930, voz dulce y unos ojos que todavía brillan al recordar la nieve y los glaciares-, “salimos con el camión a última hora de la tarde, y cuando llegamos era todo un nevero: algo maravilloso. Había una luna grandísima; nunca más volví a ver una cosa semejante. Me quedé impresionada, como si fuese un amor a primera vista. ¡Y, desde entonces, no me he perdido ni una de las excursiones por la alta montaña y los glaciares organizadas por el CAI de Bolzano!”.
Pasión por un hombre y por la montaña. Las palabras fluyen acompañando un álbum de fotografías en blanco y negro que la retrata con sus amigos y su marido, Mario Casanova (nacido en 1923), en las cimas del Trentino Alto Adige.
Rita aprendió a esquiar gracias a Mario, un compañero de excursiones que después se convirtió en su marido. El hombre que la subió a unos esquís y con el que nunca tuvo miedo, me dice, todavía enamorada. Mario le enseñó a bajar en quitanieves y después el estilo cristiania, una de las técnicas adoptadas por las primeras escuelas de esquí tirolesas en los años veinte y treinta. A finales de los años cuarenta, nadie tenía coche; los traslados a los refugios en las excursiones en las que participaban Mario y Rita con sus amigos se realizaban a bordo de camiones, en la caja. Con suerte, había también una tela para protegerse del viento. “Los esquís eran de madera –Rita recuerda que los suyos medían dos metros y quince centímetros–; mi primer par no tenía ni siquiera láminas, por loque había que tener mucha fuerza. Y había que llevarlos al hombro hasta el momento de ponérselos. Por supuesto, teníamos solo un par de zapatos que utilizábamos durante todo el año; para esquiar,los enganchábamos en las asas de los esquís. Llevábamos chaquetas de popelina”, que, según me explica, era un ligero tejido de algodón muy espeso que protegía del viento y no hacía sudar. Pantalones largos y un suéter de lana completaban la indumentaria. Se pasaba mucho frío, pero, puesto que había pocas telesillas y remontes, había que caminar mucho y el movimiento ayudaba a entrar en calor.
Zapatos de novia y un ramo de estrellas
La alta montaña fue el escenario de la boda de Rita y Mario el 23 de septiembre de 1954.
“Todos lo recuerdan como la boda más hermosa, entre otras cosas, porque nevaba, había una hermosa alfombra de nieve blanca. Había que hacer cuatro horas de camino a pie para llegar desde Solda a la capilla donde nos casamos; por ello, algunos no pudieron venir. ¡No había helicópteros! Yo había llevado claveles y los amigos llevaron un crucifijo. El banquete de bodas lo hicimos en el refugio Payer, a 3.029 metros de altitud. El refugio se mantuvo abierto precisamente para nuestra ceremonia; todo lo que comimos lo llevamos nosotros mismos a cuestas, incluida la leña para cocinar.
Una montaña de recuerdos
Después, los recuerdos alpinos de las excursiones de verano nos llevan a las Torres del Vajolet, a Val Pusteria, a excursiones y acampadas que salían de Bolzano en pesadas bicicletas, con la mochila a la espalda, y que discurrían a lo largo de decenas de kilómetros por carreteras de tierra. La señora Rita Baldo ha atravesado el paso Sandner hasta el refugio Carlo Alberto, ha dormido en el suelo, ha escalado sin cinturón de seguridad y con pesadas cuerdas de cáñamo. Junto con su marido y sus amigos, ha conquistado el monte Pelmo, ha bordeado el lago de Mesurina, ha atravesado el paso de Campolongo y ha escalado la Marmolada saliendo de Alba di Canazei, por pistas de tierra batida a pie por los alpinos, sin rodillos ni tractores quitanieves.
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