blasfemias. Nada de campanas, ningún canto.
Don Valentino salió a la noche, por las calles profanas,
entre el estruendoso desenfreno de los banquetes. Sabía perfectamente
adónde ir. Cuando entró en la casa, la familia amiga
estaba sentándose a cenar. Todos se miraban con benevolencia,
y en torno a ellos había un poco de Dios.
-Feliz Navidad, reverendo- dijo el cabeza de familia-. ¿Cena
con nosotros?
-Tengo prisa, amigos- respondió-. Por un descuido mío,
Dios ha abandonado la Catedral y su excelencia irá a rezar
dentro de poco. ¿Podríais darme el vuestro? Al fin
y al cabo, vosotros estáis en compañía, no
os hace tanta falta.
-Mi querido don Valentino- dijo el cabeza de familia-. Me parece
que usted se olvida de que hoy es Navidad. ¿Precisamente
hoy se tienen que quedar sin Dios mis hijos? Me sorprende usted,
don Valentino.
Y en el mismo instante que decía esto, Dios salió
de la sala, las sonrisas radiantes se apagaron y el capón
asado parecía arena entre los dientes.
Y de nuevo fuera, en la noche, por las calles desiertas. Camina
que camina,
|